Un día llegaste a mi puerto,
Con la dicha de ser admirada.
Quemé tu barca para que jamás te fueras.
Guardé en mis adentros mundos jamás imaginados
Por mí, un mundo movido por esa fuerza de tu ser:
Cree la fuerza de la poesía para siempre tenerte algo que decir,
Algo tan cercano
A las mil y una noches, donde diario sería un halago.
Llenarte de laureles, flores exóticas que perennemente,
Aromaticen cada espacio de ti, con trompetas superiores a los de
Jericó, siempre tocarlas a tu presencia.
Pero de igual manera se fue y tu te quedaste sufriendo sin poder superar ese dolor.
ResponderEliminar